Victoria · Requiem

Coro de la Sociedad Musical de Sevilla

Israel Sánchez López, director

Conciertos

5 de marzo de 2011 · Iglesia de San Martín (Hermandad de La Lanzada)
16 de marzo de 2011 · Conferencia-Concierto · Iglesia de San Alberto Magno
20 de marzo de 2011 · FeMas 2011 · Iglesia de San Alberto Magno
15 de junio de 2011 · II Festival Coral del Coro Manuel de Falla · Claustro del Conservatorio Superior de Música de Sevilla

PROGRAMA
Tomás Luis de Victoria (1548-1611)
Oficio de Difuntos (1603)

Primera parte: Maitines

Invitatorium: “Regem cui omnia vivunt”
Lección IIª: “Taedet animam meam”  AUDIO 
Responsorio: “Qui Lázarum”

Segunda Parte: Misa

Introitus: “Requiem aeternam”
Kyrie
Gradual: “Requiem aeternam”
Sequencia “Dies irae, diez illa”
Ofertorio “Domine Iesu Christe”
Sanctus – Benedictus
Agnus Dei
Communio “Lux aeterna luceat eis”

Motete: “Versa est in luctum”

Tercera Parte: Absolución del Túmulo

Libera me, Domine
Kyrie eleison

 


NOTAS AL PROGRAMA
Israel Sánchez López

Tomás Luis de Victoria vivió en Madrid, en el convento de monjas clarisas descalzas que conocemos como convento de las Descalzas Reales, desde 1585, fecha de su regreso de Roma donde permaneció veinte años y formó parte, entre otros, de la Capilla Papal y del Oratorio de San Felipe Neri, hasta su muerte en 1611. Aunque el Monasterio contaba con una capilla de músicos muy amplia, en la que había un maestro de capilla, ocho capellanes, seis acólitos y dos instrumentistas que tocaban bajón y órgano, Victoria no formó parte, al menos inicialmente, de este conjunto de músicos, sino que fue capellán personal de la emperatriz María de Austria, dedicado a su culto privado y el de su séquito, como el mismo Victoria afirma: “he sido nombrado capellán suyo en el ejercicio de los ministerios sacerdotales”.

Es conocido que Victoria había rechazado puestos muy bien remunerados como el de maestro de capilla de diferentes catedrales, entre otras la de Sevilla, recomendado por su amigo Francisco Guerrero (1528-1599), para sucederle tras su muerte; sin embargo, nunca aceptó, probablemente por los muchos esfuerzos y preocupaciones que traía consigo el hecho de tener que dirigir una capilla de músicos, educar a los niños seises, etc. Probablemente prefiriese servir a la emperatriz para vivir de forma más relajada, aun no estando al frente de un grupo de músicos. Por otro lado, su fama internacional no necesitaba ya de ningún reconocimiento más, con lo que, de todas formas, no quedaría nunca al margen de la realidad musical. Es fácil suponer que no se infrautilizaría a una persona de su talla en las labores musicales del monasterio. En sus últimos años de vida ocupó el puesto de organista del Monasterio, cargo que ya había desempeñado en muchas otras ocasiones en la catedral de Ávila y en Roma.

La emperatriz María de Austria, hija de Carlos V, viuda de Maximiliano II, emperador y rey de Hungría, y hermana de Juana, la fundadora del monasterio de las Descalzas Reales, y de Felipe II, murió la madrugada del 26 de febrero de 1603.

Aunque se conservan documentos en los que se narran las honras y exequias reales que se celebraron en el Monasterio de las Descalzas Reales con motivo de la muerte de la emperatriz, en ninguna se dice sí fue interpretado el Oficio de Difuntos de Victoria, aunque supongamos que así fuera. Podemos obtener un dato importante en la dedicatoria de la publicación del mismo, de 1605, que tiene como destinataria a Margarita, hija de María y del emperador Maximiliano y monja del Monasterio de las Descalzas. En ella Victoria afirma que “nada me pareció más idóneo que revisar aquella obra que compuse para las exequias de tu serenísima madre y, a modo de canto del cisne, darla a la luz bajo el patrocinio de tu nombre”. Según esto, la obra publicada en 1605 que interpretaremos sería una revisión de la interpretada originalmente en 1603.

Victoria construye una partitura a seis voces dividida en sopranos I y II, contralto, tenores I y II y bajos, de extrema densidad, emoción y sutileza. Su forma de trabajar tendrá como punto de partida casi siempre la melodía gregoriana de la misa de difuntos, que normalmente encontraremos escondida en valores largos en la parte de soprano segunda y en ocasiones en las contraltos o en los tenores, superponiendo una larga infinidad de motivos melódicos y armónicos trabajados de muchas maneras distintas, siempre con el objetivo de hacernos llegar el mensaje del texto pronunciado, para lo que Victoria recurrirá a un catálogo amplio, aunque contenido, de imágenes musicales de todo tipo: rítmicas, armónicas, melódicas, de organización de la masa coral, texturales, etc., que mostrarán el dominio completo que tiene de su arte y su superioridad sobre todos los demás artistas de su tiempo.

En el concierto interpretaremos toda la polifonía escrita por Victoria para este oficio de difuntos, así como algunas obras del repertorio gregoriano. En unos casos, la inclusión de estas piezas gregorianas tendrá un carácter estructural, el motete Taedet animam meam no pertenece al rezo de la misa difuntos, sino que es la segunda lección del oficio de Maitines del día anterior a la celebración de la misa, y es por ello que hemos creído conveniente contextualizarlo incluyendo algunas obras más en su presentación gregoriana pertenecientes al mismo oficio de Maitines como son el Invitatorio y el Responsorio final del mismo. En el caso del himno Dies irae, dies illa, hemos decidido su interpretación por lo identificado que está este texto como pieza fundamental de cualquier misa de requiem y, de esta forma, al quedar situada hacia la mitad del concierto exponer las bellas sutilezas del canto gregoriano por oposición a la polifonía, así como las bellas sutilezas de la polifonía por oposición al canto gregoriano.

Victoria, para conseguir la cercanía del último rey con el que convivió, Felipe III, escribió una misa para él, titulada misa pro Victoria basada en una famosa chanson de Clement Janequin, compuesta en 1528 y titulada “La Guerre”, claramente escrita con la intención de agradar al nuevo monarca, muy de su gusto, mostrándose como un atento y avanzado compositor en la utilización de las nuevas técnicas del arte musical. Sin embargo, para este Oficio de Difuntos, Victoria se centra en trabajar sobre las maneras sobrias de hacer del último Renacimiento, abandonando especulaciones e instalándose de forma firme y segura en los cánones clásicos de expresión que lo habían encumbrado en toda Europa. No se conserva música compuesta posteriormente por Victoria. Probablemente, después del logro de componer una obra de esta magnitud no haya nada más que decir en música.

El 1 de febrero de 1606 escribía Tomás Luis de Victoria, en una carta dirigida al Pontificium Collegium Germanicum et Hungaricum de Roma, institución perteneciente a la Compañía de Jesús y fundada por San Ignacio, donde él mismo se había formado y de la que había sido maestro de capilla entre 1573 y 1576: “Este Officio hice para la muerte y honras de la Emperatriz Nuestra Señora que esté en el cielo el cual por ser a gloria de Dios tan excelente he enviado a todos los Principes y Perlados de la Cristiandad”. Esta cita forma parte de la última carta conservada de Victoria, del que hay documentadas en total once. A través de ella un Victoria ya mayor, da muestras de seguir interesándose por la difusión de su obra, actividad en la que siempre se preocupó dedicando muchas energías e invirtiendo mucho dinero. Hoy, cuatro siglos después de su muerte, acaecida el 27 de agosto de 1611, y conmemorando esta importantísima efeméride, el coro de la Sociedad Musical de Sevilla se suma a los actos que en todo el mundo se llevan a cabo en esta misma dirección.

El oficio de difuntos no es un rezo terrible que nos asuste con la condenación en el infierno de las almas de todos por ser pecadores, como pudiéramos pensar fruto del recuerdo de los momentos más apasionados de los ejemplos de Mozart, Berlioz o Verdi; el texto del oficio de difuntos es un momento de recogimiento, en el que, sin pensar en quién es la persona por la que se reza, se suplica a Dios su misericordia y su compasión recordándole que, a pesar de todo, estamos hechos por Él a su imagen y semejanza, somos buenos y merecemos su perdón. La música de Victoria es buena, y no me refiero a la calidad de su composición, sino a la perspectiva y a la intencionalidad con la que está escrita, la que originalmente tienen los textos religiosos. Lejos de dramatismos exagerados y del uso de desmedidas figuras retóricas, nos encontramos con una partitura sensible, intimista, “interiorizante”, como diría el monje benedictino francés, maestro de coro de la abadía de Solesmes y gran gregorianista: Dom Joseph Gajard, que nos invita al recogimiento de la oración.

Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis (el descanso eterno dales, Señor, y la luz perpetua luzca para ellos.)

 

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