Coro de la Sociedad Musical de Sevilla
Israel Sánchez López, director
Conciertos
17 de marzo de 2012 · Parroquia de San Joaquín
18 de marzo de 2012 · Iglesia de San Alberto Magno
PROGRAMA
I
Claudio Monteverdi (1567-1643)
Ecco Mormorar l’onde
Yannis Konstantinidis (1903-1984)
Ocho canciones del Dodecaneso
El despertar del recién casado
Canción de boda
Erini
Mar, árbol y montañas AUDIO
Cojo piedras y guijarros
¿Qué tienes? ¿Qué te hice?
Hace cuarenta años
Bostsikata
Carlo Gesualdo (1566-1613)
O vos Omnes
II
Carlo Gesualdo
Io taceró
Israel Sánchez López
Cuatro canciones sobre textos de Antonio Machado*
A Juan Ramón Jiménez
Los sueños AUDIO
Campo
Pegasos, lindos pegasos
Claudio Monteverdi
Cruda Amarilli
*Estreno absoluto
Notas al programa
Israel Sánchez López
Ruego me disculpes, lector de estas notas, el tono personal, casi como de una carta, que se podrá seguir en ellas, pero el nivel de implicación en el que me encuentro en esta producción es muy superior al normal de otras muchas ocasiones y quisiera compartir algunas de mis situaciones personales contigo, para que tu relación con nosotros y la comprensión que desarrolles del concierto pueda ser mucho más plena y satisfactoria. Un cúmulo importante de coincidencias tiene como resultado el programa que hoy os ofrecemos, las iré exponiendo poco a poco.
Como si fuera un cuento… hace muchos años una maravillosa película italiana, “Mediterráneo”, ganó el Óscar a la mejor película extranjera; al verla me pareció una historia tan próxima y me sentí tan representado en lo que allí ocurría que la guardé en mi memoria como un rincón de placer en el que refugiarme y ser feliz.
Hace muchos años, pero menos que antes, junto a un amigo sirio y un francés-tunecino de ascendencia sefardí compartía en Francia un dulce de masa frita y miel. Cuando cada uno de nosotros llegó hasta la mesa le dio un nombre distinto al mismo dulce. Todos lo conocíamos, nos resultaba próximo y nos reconfortaba la cantidad inmensa de recuerdos que nos traía de nuestros hogares. A mí me pareció mágico, aunque fuera fácilmente explicable, que todos, nacidos a varios miles de kilómetros pero, más o menos, en la orilla del Mediterráneo, tuviéramos ese punto de unión tan poético y placentero.
Hace ya menos años, todavía en mi época de estudiante, mantenía con unos amigos un pequeño grupo vocal con el que nos divertíamos inmensamente. Raquel, una de sus integrantes intentó que montásemos un programa sobre música folklórica griega, haciéndonos conocer las Ocho canciones del Dodecaneso de Yannis Konstantinidis, partitura que a todos nos llegó profundamente. Personalmente sentí que esa música me era próxima aunque no supiera entonces por qué. Sus cambios rítmicos, sus alternancias de compases de 2/8 y 3/8, y sus escalas de origen popular, así como su armonización de estilo francés de principios de siglo XX, fundían bien con mis gustos y no las olvidé.
Hace solo cuatro años compuse mis “Cuatro canciones sobre textos de Antonio Machado”, como consecuencia de la solicitud de un buen amigo, Rafael Luque, y en ellas volqué muchos de mis sentimientos más íntimos. El tema de Antonio Machado vino impuesto porque las obras iban a haber sido estrenadas dentro de unos actos de conmemoración del poeta, que finalmente no se llevaron a cabo. Pude escoger libremente los textos y me centre en dos obras: “Campos de Castilla” (1912-1917), de la que nació la canción que abre el ciclo “A Juan Ramón Jiménez”, que yo reconvertí en una obra dedicada a mi amigo Rafael Luque, y “Soledades, galerías y otros poemas” (1907), de la que surgieron las tres últimas canciones: la primera de ellas “Los sueños”, se convirtió en una regalo para mi hija Ana, que nació sólo nueve días después de terminar la obra; la segunda “Campo” surgió del recuerdo de mi tío Gamaliel; y la tercera “Pegasos, lindos pegasos” fue consecuencia de mis tardes en el parque de la Torre de los Perdigones, jugando con mi hijo Israel que iba a cumplir tres años y ya se divertía en los cacharritos. El carácter de estos primero textos de Machado, en mi opinión, próximo al estilo de Rubén Darío, me predispuso hacia unos modelos de música, tanto en la melodía como en la armonía, cercanos a los franceses de inicios del siglo XX, con los que pude exponer mi pensamiento de forma amable y tranquila.
En la presente temporada del Coro de la Sociedad Musical de Sevilla, tras dos años actuando consecutivamente en el Festival de Música Antigua, creí que era bueno salir del repertorio renacentista y barroco, para respirar un aire distinto y completé un programa con los recuerdos hasta ahora expuestos y algunos más.
El amor, la naturaleza, el mar, la religión, el folklore, la alegría, la infancia, la familia, la muerte, la amistad… siempre desde la visión que nuestra cultura ha desarrollado, son el hilo conductor de un programa que también une pasado y presente de la literatura coral. Se abre con el madrigal Ecco mormorar l’onde del Segundo libro de madrigales de Claudio Monteverdi (1590), la descripción de un bello amanecer, que a la vez es una metáfora del amor, sirve para dar paso a las pequeñas cosas de la vida reflejadas en las Ocho canciones del Dodecaneso de Yannis Constantinidis (escritas entre 1943-1971), concluyendo la primera parte con la decisiva presencia de la religión en el motete O vos omnes de Gesualdo, recogido en su primer volumen de Sacrae Cantiones (1603). La segunda parte del concierto comienza con la oscuridad de la muerte, de nuevo de la mano de Gesualdo en su madrigal Io tacerò aparecido en su Cuarto libro de madrigales (1596), a continuación mis Cuatro canciones sobre textos de Antonio Machado (2007-2008) se corresponden con las canciones griegas siendo el centro de la segunda parte del concierto, una especie de pequeña sinfonía en cuatro movimientos que nos conduce a un nuevo canto de amor fijado en el trascendente madrigal Cruda Amarilli de Claudio Monteverdi, que abre su Quinto libro de madrigales (1615), de gran peso en la historia de la música al ser el punto de partida de la división estética entre Prima y Seconda Prattica.
No sólo la construcción en espejo del programa genera unidad, todo se funde al comprobar que: los ritmos de amalgama de la música griega están presentes en el primer madrigal de Monteverdi; que éstos junto con las armonías ocasionalmente sombrías de Gesualdo y de cierto tono francés de Constantinidis están también en mis canciones; y que finalmente, el tema del amor, en todas sus dmanifestaciones posibles, se encuentra latente en cada una de las partituras.