Pro defunctis

Coro de la Sociedad Musical de Sevilla
Israel Sánchez López, Director

Alberto Merino Pineda, trompeta I
Lucas Marín López, trompeta II
Andrés Jesús Ferreiro García, trombón I
Francisco Javier Guillén García, trombón II

María Elena Guerrero García, percusión

Conciertos

11 de marzo de 2011 · Iglesia de San Alberto Magno

PROGRAMA

I
Tomás Luis de Victoria (1548-1611)
Oficio de Difuntos (1603)

Lección IIª del oficio de Maitines: Taedet animan meam  AUDIO 
Introitus: Requiem aeternam
Kyrie
Graduale: Requiem aeternam
Offertorium: Domine Jesu Christe
Sanctus – Benedictus
Agnus Dei
Motete: Versa est in luctum

II
Henry Purcell (1659-1695)
Música para los funerales de la Reina Mary (1694)

Marcha
Man that is bom of a woman
Canzona
In the midst of life
Canzona
Thou knowest, Lord, the secrets of our hearts
Marcha

Director

Israel Sánchez López


Notas al programa
Israel Sánchez López

En este programa les ofrecemos la posibilidad de escuchar la obra de dos genios de la música de características artísticas muy distintas, no sólo porque uno, Victoria, sea el culmen del Renacimiento europeo, y otro, Purcell, el iniciador del barroco más vistoso y emocionante, sino porque, aun siendo toda música relacionada con la celebración de los ritos religiosos de la muerte, el maestro español compondrá una música comedida, controlada y apasionante basada en la esperanza en la vida eterna como un tránsito feliz hacia Dios, mientras que el maestro inglés incidirá en el dolor y el sufrimiento fruto del hecho inmediato y terrenal de la desaparición.

Tomás Luis de Victoria vivió en Madrid, en el convento de monjas clarisas descalzas que conocemos como convento de las Descalzas Reales, desde 1585, fecha de su regreso de Roma donde permaneció veinte años y formó parte, entre otros, de la Capilla Papal y del Oratorio de San Felipe Neri, hasta su muerte en 1611. Aunque el Monasterio contaba con una capilla de músicos muy amplia, en la que había un maestro de capilla, ocho capellanes, seis acólitos y dos instrumentistas que tocaban bajón y órgano, Victoria no formó parte, al menos inicialmente, de este conjunto de músicos, sino que fue capellán personal de la emperatriz María de Austria, dedicado a su culto privado y el de su séquito, como el mismo Victoria afirma: “he sido nombrado capellán suyo en el ejercicio de los ministerios sacerdotales”.

La emperatriz María de Austria, hija de Carlos V, viuda de Maximiliano II, emperador y rey de Hungría, y hermana de Juana, la fundadora del monasterio de las Descalzas Reales, y de Felipe II, murió la madrugada del 26 de febrero de 1603 y para sus honras fúnebres compuso Victoria este Oficio de Difuntos.

El compositor abulense construyó una partitura a seis voces dividida en sopranos I y II, contralto, tenores I y II y bajos, de extrema densidad, emoción y sutileza. Su forma de trabajar tendrá como punto de partida casi siempre la melodía gregoriana de la misa de difuntos, que normalmente encontraremos escondida en valores largos en la parte de soprano segunda y en ocasiones en las contraltos o en los tenores, superponiendo una larga infinidad de motivos melódicos y armónicos trabajados de muchas maneras distintas, siempre con el objetivo de hacernos llegar el mensaje del texto pronunciado, para lo que Victoria recurrirá a un catálogo amplio, aunque contenido, de imágenes musicales de todo tipo: rítmicas, armónicas, melódicas, de organización de la masa coral, texturales, etc., que mostrarán el dominio completo que tiene de su arte y su superioridad sobre todos los demás artistas de su tiempo. Para ustedes ofreceremos una selección de los números polifónicos que integran la obra, dada la inmensidad de la misma.

El 1 de febrero de 1606 escribía Tomás Luis de Victoria, en una carta dirigida al Pontificium Collegium Germanicum et Hungaricum de Roma, institución perteneciente a la Compañía de Jesús y fundada por San Ignacio, donde él mismo se había formado y de la que había sido maestro de capilla entre 1573 y 1576: “Este Officio hice para la muerte y honras de la Emperatriz Nuestra Señora que esté en el cielo el cual por ser a gloria de Dios tan excelente he enviado a todos los Príncipes y Perlados de la Cristiandad”. Esta cita forma parte de la última carta conservada de Victoria, del que hay documentadas en total once. A través de ella un Victoria ya mayor, da muestras de seguir interesándose por la difusión de su obra, actividad en la que siempre se preocupó dedicando muchas energías e invirtiendo mucho dinero. Hoy, cuatro siglos después de su muerte, acaecida el 27 de agosto de 1611, y conmemorando esta importantísima efeméride, el coro de la Sociedad Musical de Sevilla se suma a los actos que en todo el mundo se llevan a cabo en esta misma dirección.

Otra cosa distinta será la segunda parte del concierto. Nos situamos en Inglaterra, en la época de la restauración de la monarquía, momento histórico que coincide con el nacimiento de una de las principales figuras musicales de todos los tiempos y, quizás, el mejor compositor inglés: Henry Purcell, que también será maestro de capilla, maestro de coro de niños y organista de la Abadía de Westminster, igual que los anteriores autores lo fueron en Sevilla.

A Purcell (1659-1695), un auténtico dominador de las artes de la “seconda prattica” y de la potenciación de la significación de un texto mediante la adición de infinidad de figuras retóricas musicales se le presenta la siguiente situación así descrita por Robert King:

“… Pero la alegría muy pronto se convirtió en pesar. Por todo Londres se extendía la viruela. María, la reina, también enfermó […]. El 21 de diciembre de 1694 se despertó sintiéndose mal y se dio cuenta de que eran los primeros síntomas de la enfermedad […]. En navidades María comenzó a empeorar, y los doctores prescribieron todos los tratamientos a su alcance: bebidas, pócimas, sangrías y la aplicación de hierros candentes en las sienes. Todos sus esfuerzos fueron vanos y el 28 de diciembre, de madrugada, la reina falleció. […] Después de muchos retrasos motivados por la epidemia y el frío, por fin, el 5 de marzo de 1695 se celebró la solemne procesión por las calles. Según Narcissus Luttrell el cortejo estaba encabezado por trescientas ancianas vestidas de luto, cada una de las cuales era ayudada por un muchacho. La ceremonia fue de una gran solemnidad, y cerraron sus puertas todas las tiendas de la ciudad. Según los cálculos de John Evelyn costó alrededor de 100.000 libras, y enormemente conmovido escribió aunque el funeral de la Reina hubiera sido infinitamente más caro, el dolor no podría haber sido más universal; todos los miembros del Parlamento recibieron capas, al igual que trescientos pobres, y en todas las calles colgaban los crespones negros. Asistieron toda la nobleza, el alcalde y los ancianos, jueces, etc. También estuvieron presentes los trompetistas y percusionistas reales junto con, según los documentos oficiales, los miembros de la Capilla y de la sacristía… y los niños de la Capilla”

Al ser el principal compositor del momento, además de organista de la Abadía de Westminster, Henry Purcell recibió el encargo de componer la música de los momentos más solemnes del oficio. Purcell escribió una marcha y una canzona instrumentales además de varios números corales que toman sus textos de las “Funeral Sentences” (“Sentencias Fúnebres”) que aparecen en el Libro de oraciones (Common Book of Prayer) y que, con facilidad, encierran muchos de los momentos más sublimes apasionantes y terribles de la literatura vocal de este autor y de, probablemente, toda la música europea de finales del siglo XVII.

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